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Convivir con la ansiedad y la depresión
Por Diego Guerrero - Psicología - 30 julio, 2014
Hoja de ruta para familiares y amigos
Por dónde empezar, son tantas las cosas por decir, tantas las publicaciones en prensa, radio, televisión; programas divulgativos, libros de autoayuda, asociaciones y demás organizaciones dedicadas a la comprensión y tratamiento de estos trastornos, que uno se ve inmerso en un mar de información donde “pescar” la que pueda encajar con aquello que sucede en su entorno.
No es fácil, nada fácil, comprender, siquiera a veces empatizar con ese familiar, padre, hijo, esposa, hermano, o simplemente amigo que se encuentra en esta situación, por qué, es bueno saberlo desde el principio, es lo que es, una lucha feroz contra el peor enemigo que se puede tener, un enemigo que te conoce bien, sabe cuáles son tus debilidades y miedos más íntimos. UNO MISMO!!!
Tal vez te preguntes, bien, estoy ante otro texto más, en que se diferencia de tantos otros, por qué debería leerlo, que puede aportarme, tanto como persona que sufre un trastorno de ansiedad, una depresión o como familiar.
Efectivamente, puede que sea otro texto más, pero, si algo he aprendido en estos años conviviendo con este problema es que siempre siempre siempre es posible sacar una conclusión de todo aquello que he leído, y precisamente esas conclusiones, esos “clic” mentales, son los que me han permitido y me permiten comprender mejor la situación, reestructurar poquito a poco mi mente para avanzar un paso más cada día y para ser consciente de que si un día doy dos pasos atrás, al siguiente o tal vez al otro, volveré a avanzar.
Y ¿Quién soy yo?, en realidad no soy nadie, acaso importa, no soy un gran escritor, ni un doctor en la materia, no tengo títulos ni publicaciones que me avalen, no hablo en la radio ni salgo en la prensa, soy uno más en la trinchera, uno de los miles que se ha visto envuelto y vive día a día la ansiedad y la depresión.
He visto las dos caras de la moneda, durante años, he sido familiar de personas que sufrían, me he visto, con la madurez que da el tiempo, infravalorando su sufrimiento, desde mi ahora humillante incomprensión, que osada es la vida, que permite juzgar lo que se desconoce.
Creí con los años llegar a conocer el demonio que les atormentaba, me documenté, participe en organizaciones que trataban con este tipo de patologías, incluso una parte de mis estudios, están directamente relacionados con el origen de todo; La mente, poderosa herramienta, para lo bueno y para lo malo.
Que iluso fui, por mucho que uno estudie o trate con afectados, les escuche e intente empatizar, no fue posible, al menos humildemente no logré comprender en toda su extensión aquello de lo que estamos hablando.
Y un día, un día en que volvía del trabajo, tras una semana especialmente dura, de repente lo comprendí, lo comprendí en toda su magnitud, en primera persona, lo fui entendiendo conforme acudía asustado al servicio de urgencias de un hospital, presa del pánico, convencido de que estaba sufriendo un infarto, creyendo firmemente que me moría, cuantas cosas pasaron por mi mente y que despacio, cuan largos se hicieron los minutos.
Una vez allí, con esa sensación de despersonalización tantas veces descrita, me vi explicando en admisión lo que me ocurría, el hecho de que me pasaran inmediatamente al interior, no ayudo a calmar mis pensamientos más temidos y “sucedió”, en la cama del box de urgencias, mientras el personal médico hacía lo suyo, lo que sabe, con la práctica que da el oficio, tuve un ataque de pánico, en toda regla y extensión, de libro vamos; Mareo, opresión en el pecho, taquicardia, sudores fríos, tensión muscular extrema, temblores…miedo, miedo absoluto, jamás experimente tal sensación de terror.
Dicen que el cerebro, para protegernos “olvida” paulatinamente aquellos hechos traumáticos ocurridos en nuestra vida, sin embargo, puedo recordar como si lo estuviera viviendo ahora mismo, cada minuto, cada segundo, puedo recordar cómo me tumbaban con cierto ímpetu sobre la camilla y me introducían una pastilla bajo la lengua, al mismo tiempo que una enfermera curtida colocaba electrodos sobre mi pecho y otra me cogía una vía en el brazo derecho, dejándola puesta tras sacarme dos tubos de sangre.
Inmediatamente descartaron cualquier patología cardiaca y fui derivado a otra estancia donde calmarme con el efecto de la sedación y esperar la analítica de urgencia que definitivamente descartaría mi mayor temor.
En la hora y media en que estuve allí, me visitaron casi todos los familiares que estaban en la ciudad, con su mejor intención sin duda, pero mi mente empezó a trabajar, como nunca debió hacerlo, pensando que algo fallaba, que no me querían decir lo que ocurría y que tal vez, si me estuviera muriendo, o algo peor.
Una vez con los análisis en la mano, libre al parecer de peligro, fui dado de alta, quizá incrédulo, pero el diagnostico era claro, por escrito “crisis de ansiedad”, seguimiento ambulatorio.
Agotado y confundido, varias horas más tarde del comienzo de mi particular pesadilla, me encontraba ya en la cama, en la mía propia, algo asustado, pero vivo, un sinfín de pensamientos acudían a mi mente, un torbellino acelerado que me impedía conciliar el sueño, pero este llego, como no podía ser de otro modo tras las emociones vividas.
La mañana siguiente, fue dura, muy dura, me encontraba solo en casa, muy solo, no solo físicamente, algo no iba bien, sentía punzadas en el pecho, opresión y temor, el mero hecho de hacerme consciente de ello aumentaba mis sensaciones, tome un tranquilizante, el sueño me encontró y descanse unas horas, para despertarme y a continuación encontrarme de nuevo con los mismos síntomas.
Ese mismo día, acudí a visitar un médico de familia, el más cercano a mi domicilio, tuve una suerte enorme, dí con una gran persona, al que pasados los años puedo llamar amigo, supo escucharme y trato de confortarme, me aconsejo que atajara la situación ayudándome de la medicación apropiada y el apoyo psicológico preciso.
La medicación, que dilema, he dicho ya que me desagrada profundamente tomar cualquier clase de medicación…, pero, en esta situación en la que me encontraba, que podía hacer, vi que mis propios recursos no eran suficientes, mi temor era inimaginable, mi temor a otra crisis, a las sensaciones que padecía, a que me ocurriera algo horrible…
Estuve al menos un día, sentado frente a las cajas de medicación, maldiciendo mi suerte, esperando tal vez, la cura espontánea, tratando de buscar la lógica en mis pensamientos irracionales, la mente volaba y el miedo, el miedo dominaba.
Desde entonces he seguido terapia, he acudido a psicólogos y psiquiatras, también a otros especialistas médicos, con la intención de que descartaran o no la presencia de enfermedades que pudieran ser causantes de mis síntomas.
Sin embargo, sus pruebas nunca han sido suficientes o al menos no durante mucho tiempo, puesto que las molestias y los síntomas seguían allí, con mayor o menor intensidad, pero presentes. El trabajo es otro, no tanto de fuera a dentro como de dentro a fuera y en esto último se fundamenta este texto.
Un día, uno como cualquier otro, te das cuenta de lo irracional de tus pensamientos comprendes la obviedad que supone que un tranquilizante no cura una embolia ni un infarto ni ninguna otra cosa, que encerrarte en tu casa no te va a salvaguardar de todo mal, que la vida es un regalo y es preciso aprovechar cada día, vivir el presente.
Qué bonito verdad, maravilloso, pero a esa conclusión, es posible llegar en un “día bueno” y al principio esos días son muy escasos, el camino para dejar atrás esta carga es largo y arduo, pero, sabéis que es lo mejor, ES POSIBLE, si, posible, la ansiedad y la depresión pueden superarse totalmente, hasta no ser más que un amargo recuerdo, una experiencia pasada, difusa incluso, que, aunque no lo veáis en este momento puede resultar incluso enriquecedora.
Como en casi todos los trastornos, patologías y enfermedades varias, la ciencia se centra en tratar al enfermo, con el objetivo de lograr su curación, ¿Qué otra cosa se podría hacer? ¿Acaso no es lo ideal?
Sin embargo, generalmente nos olvidamos de un componente fundamental, vital tanto para lograr la remisión de la enfermedad como las posibles recaídas; Los familiares, amigos y allegados del enfermo.
No solo es preciso tenerlos en cuenta como parte de la solución, sino como afectados directos, que a su vez precisan comprender lo que sucede, necesitan saber cómo actuar, como no hacerlo y a su vez el apoyo y la consideración de la que hasta la fecha apenas disfrutan.
Deben conocer su papel en esta historia y es un papel protagonista, a su vez deben contar con los recursos apropiados, tanto para estar en situación de ayudar y apoyar a quien lo necesita como para sostenerse ellos mismos.
Desgraciadamente, no es mucha la literatura que se dedica a ello en profundidad, sin embargo su situación llevada al extremo, no solo esta descrita en los manuales de Psicología sino que tienen el “honor” de disponer de su propia patología, llamada “síndrome del cuidador”.
Es pues, quizá un proyecto ambicioso que estas líneas puedan servir de guía o más bien de “línea de vida” para todos aquellos que se encuentran en esta situación, tanto enfermos como los que les rodean, ambos deben ser capaces de ponerse en la piel del otro y actuar en consecuencia.
Es esta también una vía de curación, una de importancia capital, disfrutar del apoyo sincero de las personas a las que quieres y que te quieren, saber por un lado que comprenden tu pesar y por otro que se valora enormemente su devoción incondicional, sin duda hará mella y para bien en el estado anímico de ambos.
El camino es largo, se ha repetido en estas líneas en varias ocasiones, pero merece la pena echar a andar, hay altibajos, recaídas, pero también momentos maravillosos, de felicidad, de superación, lo sé bien, lo vivo día a día, pero. ¿Sabéis una cosa?
JUNTOS PODEMOS!!!